Los Boquerones con Álvaro y Blanca
Puesto de andar con recompensa
(18 de Diciembre de 2016).
Beltrán Valenzuela Martínez
Dicen que siempre es bonito empezar algo o descubrir sitios nuevos por primera vez y los primeros recuerdos de un momento en particular son los que más tiempo perduran en nuestra memoria. Si a eso le añades el poder compartirlo con buenos amigos y con tu afición favorita resulta la consecución de un día redondo.
Nada más sacar el programa mis amigos de MH Servicios Cinegéticos hubo una montería a la que parecía que todo el mundo quería apuntarse. Corrían ciertos bulos tan ya conocidos de sobra por los monteros y también los resultados cosechados el año anterior los que me animaron, indudablemente la confianza que mis amigos Herruzo y Merino se estaban ganando a pulso conforme iban demostrando su buen hacer en el campo nos animó aún más para quedarnos mi buen amigo Álvaro Martín y un servidor con un puesto.
Si ya resultaba redondo el día conseguí convencer a mi amiga Blanca García-Liñan, buena rehalera y sobre todo buena montera con solera y una educación en el campo siempre exquisita, de que nos acompañara. La verdad es que tampoco me costó mucho convencerla ya que creo que en cierto modo le pasa como a mi. Tiene el veneno de las monterías en las venas que en su familia le han inculcado y se animó a pegarse el madrugón con nosotros.
Siempre es un gustazo montear con Álvaro ya que siempre he demandado un compañero de puesto que viva el campo de la misma forma en que yo lo vivo y el silencio, atención y saber cazar respetando todo el entorno es algo que define a mi buen amigo Álvaro.
Lo cierto es que la semana previa a la montería hizo un tiempo nefasto en cuanto a lluvia y sobre todo al aire, cosa que nos preocupaba más al tratarse de una finca tan grande y que eso pudiera haber cambiado los encames de los deseados marranos que hubiera allí. Pero la ilusión se hacía latente e invadía el poco espacio del coche de alquiler con el que tuvimos que ir ese día, ya que para colmo mi Jeep estaba averiado y nos dieron un Hyundai pequeño que para el campo no servía. Pero nos lanzamos dejándonos llevar por las ganas de pasar un buen día.
Tras un tranquilo viaje por las curvas de Villaviciosa, que reconozco que a mi personalmente me encantan sobre todo de ida a las monterias, llegamos todavía de noche a una gran explanada donde habíamos sido citados para el sorteo.
Eran casi todo caras conocidas y la verdad que fue uno de los desayunos donde más amigos conocía y añadiendo unas suculentas migas y siempre el penúltimo vaso de anís se hizo muy amena la espera al sorteo.
La verdad que hubo dudas en torno a quien sería el encargado de sacar al puesto ya que tanto Álvaro como yo tenemos buena mano, pero finalmente Álvaro se animó a sacar el 6 de la loma. A priori no parecía mal puesto pero tampoco era de los mejores que tenía Los Boquerones.
Lo primero que hicimos fue ver si podíamos llegar al puesto con el coche de alquiler y nos dicen entre dudas que sí, lo cual no me dejó muy tranquilo. Tras preguntar también si era un puesto de andar, ya que llevábamos muchos bártulos, salimos junto con los otros coches de la armada de La Loma.
Después de un buen rato en el coche divisando el estupendo día que hacía y abrir las ventanillas para oler ese olor del campo mojado que tanto nos gusta que había dejado la noche anterior llegamos por fin a un llano situado en lo alto de un cerro entre dos gargantas profundas llenas de monte. Tras bajar rifles, catres y la cesta de comida que siempre me gusta llevar, y que por supuest0 contenía un par de latas de mejillones, nos dicen que teníamos que andar. Cosa que nos sorprende al no entrar eso en nuestros planes.
Estuvimos un buen rato andando para llegar al puesto. Por el camino se veía en el suelo fresco todavía de las lluvias recientes las huellas que dejaban los cochinos al andar por aquella zona y algunos encames recientes, lo que verdaderamente me tranquilizaba.
Cuando llegamos al puesto entendimos todo. Sin duda era uno de los puestos más bonitos que jamás había visto, y comprendí que ese barranco que nos servía de testero contendría marranos seguro al ser un cobijo seguro en lluvias y aires.
Nosotros nos encontrábamos en lo alto del cerro y a pesar de que teníamos enfrente un barranco que bajaba desde donde estábamos hasta un arroyo que nos quitaba algo de sonido para volver a subir, dando lugar a un precioso testero enmontado con algunos claros en la parte más alta pero que se acentuaban en la parte baja de la derecha según lo mirábamos. Nada podía fallarnos aquel día.
Un grupo de ciervas nos puso en alerta entrando por la parte alta del cerro de enfrente y enseñándonos la corrida que tenían las reses. De repente escuchamos la ladra de los perros que entraban por la parte izquierda pero no logramos ver de qué se trataba hasta que Blanca, haciendo gala de su experiencia en esto de las monterías, nos cantó donde estaba el marrano. No era un marrano muy grande pero lo cierto es que cuando lo metí en el visor se me hacía muy pequeño dado sobre todo la carrera que el animal llevaba.
En mi caso vacié el cargador de mi Bergara B14 y ninguno de los tres tiros tocó pelo muy a mi pesar. Por el contrario Álvaro sólo hizo un disparo que tampoco impactó en el animal, yéndose con el la ilusión de no haberlo cobrado y dejándonos como resultado una carta de presentación para Blanca poco alentadora.
Sin apenas darnos tiempo a lamentarnos mucho y tras soltar algunas risas y comentarios de lo malos que habíamos sido, aunque lo cierto es que no se trataba de un tiro fácil, volvemos a ver en este caso Blanca y yo un marrano que llevaba un paso ligero y se escurría por la parte alta del testero, donde estaba más enmontado. La verdad es que no me paré mucho en señalárselo a Álvaro, no sé si por los nervios de que se fuera o por no haberme acordado. Me encaré el rifle y lo seguí con el punto en el ojo del animal. Es la única vez que he soltado el gatillo con la tranquilidad y certeza de que había ido el tiro donde se lo había puesto. Y así sucedió. Me levanté el rifle de la cara mientras antes de mirar por encima dije: Seco!. Efectivamente y tras comprobarlo vi un leve tarameo de ramas donde lo había tirado y allí se encontraba. A Álvaro no le pareció un cochino grande y yo que siempre acostumbro a verlos medio grandes dije que no era chico tampoco.
La verdad es que no podía estar más feliz ya que fue un tiro sin apoyo como me dijo Álvaro que hiciese al estar a unos 150 metros y así poder impulsar el tiro corriendo un poco la mano. Tras celebrarlo con Blanca y Álvaro, que me felicitaron por el lance vivido, comentamos lo bien que estaban trabajando las rehalas exprimiendo aquel barranco que sin duda estaba cargado de marranos que los perros levantaron haciéndoles correr en otras direcciones para que nuestra armada disfrutase de lo lindo con tan esquivos animales.
Como tenía la certeza de que Álvaro es un gran cazador me dispuse a abrir la cesta que tanto peso le había causado a Blanca llevar hasta el puesto que contenía el sueño de todo cazador que acaba de abatir un cochino y se dispone a celebrarlo como Dios manda. Jamón, Queso, Mejillones, y un sin fin de productos innecesarios pero que allí arriba nos acercaban un poquito más al cielo. Y si para bajar el jamón acompañábamos de un pan de pueblo que compramos ese día en el pueblo y un vino tinto fresquito ya tuve que colgarme el rifle y dejarle a mi amigo toda la responsabilidad.
De repente y justo cuando vamos a Juani, Pedro Armenta y El Moruno, comprendimos que no era casualidad que hubieran vaciado aquel cerro de marranos. Pero todavía faltaba uno que volvía a ponernos el corazón a mil al cruzar todo nuestro testero con una velocidad de vértigo.
Tras soltar un tiro cada uno o tal vez yo dos, no quiero recordarlo muy bien.. El cochino se queda a huevo parado en el claro grande que mencioné antes pero tenía a los perreros a apenas unos metros y no nos atrevimos a tirar. Pero de repente salió escopetado para abajo y Álvaro pegó un tiro de categoría que todavía lo recuerdo con una envidia sana y sobre todo con la admiración con la que me dejó la primera vez que lo vi voltear un marrano en el Priscalejo. El cochino gravemente herido fue rematado por el puesto de al lado y no tarde en felicitar a Álvaro por el pedazo de lance que acababa de regalarnos. ¡Así se matan los marranos! En este caso era una marrana grande que se topó con la puntería tan fina que atesora mi buen amigo.
Una vez se acercan los perreros a nuestro puesto para batir el barranco que teníamos a nuestras espaldas, nos dicen que han dejado marcados tanto la cochina de Álvaro cómo mi navajero. No me esperaba esa palabra y se me quedó grabada en los ojos a fuego sin parar de preguntarle y cerciorarme de que hablábamos del mismo marrano.
Lo que restaba de montería se me pasó muy lenta, ya que no paraba de preguntarme cómo sería el cochino, dónde tenía el tiro y por fin tras acabar fuimos bajando con cuidado ya que se trababa de un terreno muy escarpado que además por las lluvias se encontraba blando y eso nos hizo caernos unas cuantas veces.
Al bajar fuimos primero a ver la cochina de Álvaro y efectivamente tenía dos tiros. Uno de haberla rematado y un tiro mortal de Álvaro que todavía sigo sin saber dónde apunta a los marranos para matarlos todos así. Posteriormente tuvimos que subir todo el cerro de enfrente liderados por Blanca quien tiraba de piernas y de afición enseñándonos cómo se anda en el campo. Y es que se nota que tiene ya muchos días de montería y precisamente fue ella, no sólo la que se quedó con el sitio exacto de dónde estaba el marrano, sino además fue quien nos llevó hasta él. Ya que nosotros, y sobre todo yo, no éramos capaces de encontrarlo dada mi mala orientación en el campo.
Al llegar a él, nos dimos cuenta de que no era un cochino grande de cuerpo, se trataba de un arocho muy joven, de apenas 3 años como máximo, que tenía unas pequeñas pero para mi gratificantes navajas por que desde mi marranaco de Ribera era el más grande que tenía y sobre todo con un tiro tan efectivo.
Después de hacernos unas fotos y marcarlo avisando a la mula de dónde se encontraba, nos pusimos camino a la junta dónde no quedaba apenas comida de lo tarde que habíamos llegado. Pudimos comprobar cómo los resultados no fueron los esperados pero sin duda personalmente pienso que las lluvias y el aire cambiaron la querencia de los marranos y tal vez gracias a eso se encontraban resguardados en nuestro barranco.
Sin duda cada vez que lo miraba, ya en la junta, me parecía un poco más grande. No dejaba de ser un navajerillo que me había hecho sentir el hombre más feliz de allí. Pero sin duda lo que verdaderamente me hizo sentir tan bien fue haber disfrutado de un día que en ningún momento nos imaginamos y sobre todo hacerlo con dos grandes amigos como son Blanca y Álvaro.
Creo que lo mejor del campo, es compartir afición con gente que sabe valorar el valor de cada detalle, de cada tropel, de cada ladra, de saber entender cómo funciona esto y entender ese veneno montero que corre por las venas tanto mías como de estos amigos que siempre recordarán cómo le pegamos ese día a los marranos.
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