Maestro Pires, mejillones y vino.
Puestazo en el Escambrón
(4 de Diciembre de 2016).
Beltrán Valenzuela Martínez
El Escambrón es una finca a la que tengo mucho cariño entre otras cosas por las dos monterias tan exitosas que hemos tenido allí este año.
La segunda de ellas la organizaba Monteros Tradicionales, peña de amigos a la cual ahora pertenezco, pero por entonces tuve que comprar un puesto a medias con mi buen amigo Paco Pires.
El sorteo era la noche anterior en el Club Hípico de Córdoba y tenía la misión de sacar tres puestos para amigos que como Paco no podían asistir y en mi recaía la responsabilidad de sacarles un puesto de esos que mi fama de suertudo puede anticiparles unas buenas expectativas.
Tras una charla dónde explicaban las instrucciones de la montería por la junta directiva de esta peña se procedió al sorteo. Finalmente y tras decir Jose Andrés Martín, padre de mi amigo Álvaro y cazador y persona excepcional, mi nombre y saqué el el 3 de Herraderos, de la mancha Rascavijales.
No tardé en llamar a Paco para decirle lo poco que me gustaba el puesto, pero lo cierto es que me animó al decirme que lo íbamos a hacer bueno nosotros.
Me recogió a eso de las 6:20 y tras el largo e intenso camino que hay hasta el Escambrón nos comimos un par de platos de migas mientras el día se abría dejando atrás la lluvia del día anterior y saliendo un imponente sol que aventuraba un día magnifico.
Una vez en el puesto, comprendí que no hay puesto malo. Era imposible que ese puesto fuese malo ya que tenía un cortadero amplio donde nos situábamos nosotros en la parte alta del cerro, también se veía un testero enfrente un poco largo pero desde donde se veían moverse las primeras reses. En nuestra parte baja descendía lentamente el terrero con monte bajo y un amplio tiradero que resultaba perfecto para esos marranos escurríos.
Siempre me he considerado una persona fallona en cuanto a caza mayor se refiere. No sé si por que no he ido mucho o tal vez por que todavía me ponía tan nervioso que tampoco podía actuar con normalidad para centrar el tiro ya que a la mínima que veía el animal en el visor apretaba el gatillo sin ni siquiera apuntar ni pensar.
Estuvo Paco, mi maestro Pires, enseñándome con una rama dibujando en el suelo un visor, cómo se debía de tirar a un animal. En carrera, en parado, según la distancia y la verdad es que me reconfortaba el saber que alguien con su experiencia pudiera enseñarme a tirar. Sin duda la afición y el saber cazar se lo debo a mi padre, pero a mi quien me enseñó a tirar fue Paco Pires.
Lo cierto es que la mañana empezó movida con algunas carreras de ciervas que subían por nuestro puesto pero de repente Paco sacó de su mochila una lata de mejillones y me contó una tradición que siempre se cumplía.
Hay personas que rezan antes de cada momento importante, otros se ponen algo de ropa que les trae suerte, pero lo cierto es que cada lata de mejillones es una oportunidad más para seguir confiando en la suerte. Y efectivamente tras comernos la primera con un pedazo de pan escuchamos algo a la izquierda que venia paralelo a nuestro puesto por la falda de abajo de donde nos encontrábamos. Paco, muy generoso ni se encaró el rifle o tal vez yo no le dejé que se lo encarara pero lo cierto es que tenía la tranquilidad de que pasase lo que pasase el bicho de allí no se iba a mover.
Una gran cochina apareció en un claro a un ritmo suave lo que me permitió recordar cada palabra y dibujar encima de la cruz del visor las enseñanzas previas de Paco. Cuando me aseguré de que la cruz iba donde yo quería solté el tiro y cayó seca.
Tuve que disimular las lágrimas de emoción ya que jamás había dejado seco a un cochino y me abracé muy efusivamente con Paco y este enseguida bajó para comprobar si se trataba de una marrana o había alguna agradable sorpresa.
Cuando justo se metió en el monte escuché algo a mi izquierda por el amplio cortadero y era un cochino que venia detrás de la marrana como una bala y logré disparar pero se metió rápido en el monte y Paco posteriormente realizó otro disparo diciéndome que se había quedado con él.
Si el puesto parecía malo la noche de antes desde luego ese día me parecía un puesto inolvidable.
Para celebrarlo Paco abrió una botella de vino con la que brindamos por haber conseguido un marrano cada uno y tras el brindis y abrazarnos unas cuantas veces le comenté a Paco cómo me habían servido sus consejos.
Pasó el rato con las carreras de algunas ciervas y ya sentados en los catres más tranquilos cuando se nos cruza un trasluzón negro por la parte más baja y alejada de nuestro tiradero. Lo cierto es que tampoco nos afectó mucho al haber conseguido ya abatir dos cochinos pero todavía quedaba una sorpresa que vivir en ese puesto.
Me pareció ver algo que confundí por la sencillez y la tranquilidad con un perro ya que andaba por debajo nuestra apenas a unos 10 metros y de repente ví que se trataba de un marrano que no era pequeño y que llevaba un paso tranquilo y confiado de esos que solo llevan los grandes macarenos. Casi sin apuntar por que se tapaba y sorprendiendo a Paco que se encontraba en el otro lado del puesto tapado por un gran lentisco, le lancé un disparo que indudablemente ni asustó al animal.
Avisé a Paco de que se dirigía a seguir por el otro lado del lentisco y éste como si de un rececho se tratase vivirían un momento que todavía hoy recuerdo por la singularidad del lance.
Iban andando Paco y el marranaco a apenas unos 10 metros, los dos en la misma dirección sin llegar a verse por el lentisco pero sabiendo que llevaban la misma seguridad, velocidad e incertidumbre. Cuando se terminó el lentisco Paco se encaró el rifle y dejó seco al majestuoso animal. ¡Qué lance! Fue la recompensa a la generosidad de Paco de dejarme siempre tirar y de enseñarme las que yo creo que hicieron que se hiciera con un Jabalí que finalmente dio Bronce en la medición.
No pude alegrarme más de haber fallado tan a huevo ese cochinaco, ya que sin duda era la recompensa que Paco se merecía y si hubiera sido yo el que lo hubiera abatido reconozco sinceramente que no me hubiera alegrado tanto cómo por que lo mate él.
Nos abrazamos calurosamente y otra vez tuve que disimular mi emoción. Nunca olvidaré cómo ese animal tan impresionante todavía respiraba mientras lo mirábamos con un respeto y una admiración que hacían que se produjera en mi interior una explosión de emociones.
Tras marcar los animales y hacernos unas fotos fuimos a la junta donde honestamente no me cabía en mi de los feliz que estaba. Continuamente contando los lances y recordando con la memoria todavía tan fresca el pestazo que habíamos vivido. Sin duda el mejor de mi vida hasta estos días y aunque lleguen mejores puestos en cuando a calidad, lances y cantidad de reses, nunca olvidaré el día que aprendí a tirar sin presión, disfrutando el lance, viviendo tranquilamente el momento por el que todos vamos al campo y saber saborearlo a cámara lenta.
Para poner el broche final nos llama por la noche Paco Beltrán y al mirar el móvil veo un bombardeo de mi amigo y gran aficionado Álvaro que me dejó intrigado con el motivo de tanto alboroto.
Al parecer habían encontrado un cuarto cochino justo debajo del puesto a lo que yo me sorprendo al decir que habíamos tirado sólo tres. Pero resulta que tras hablar con el puesto de al lado, la cochina primera venia con dos primalones grandes que sin saberlo habían entrado a la vez. El primero que yo tiré y que pensaba que Paco había matado después resultaron ser dos diferentes por lo que al final cada uno abatió el suyo. Lo cierto es que luego me vino a la mente que escuché un sonido justo antes de que Paco lo abatiera muy cerca del puesto.
Por lo que en la junta pensábamos que fueron tres marranos cuando realmente matamos dos cada uno.
Desde entonces siempre llevo dos latas de mejillones al puesto, se ha convertido en una tradición y siempre recordare con cariño y admiración este día que me picó aun mas si cabe a los marranos en montería. Aunque con un maestro como Pires, hasta en la carretera el 1 se puede hacer el puesto de nuestras vidas.
Me zuenasss
ResponderEliminarjaajjaa
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