Mi noviazgo en La Porrada.
Mi primer Venao.
(30 de Enero de 2010).
Beltrán Valenzuela Martínez
Todo montero recuerda con añoranza cuando abate su primera pieza. Mucho más si se tiene la suerte de hacerlo rodeado de amigos y en una finca tan emblemática en Sierra Morena como es La Porrada.
Sonó el despertador y como a la montería siempre hemos asistido toda la familia, madre incluida, tocaba cumplir con sus exigencias de abrigarnos como si nos fuéramos a cazar al Polo Norte, y tras debatir intensamente sobre cuestiones climatológicas finalmente no nos quedó otra que aceptar su sentencia y meternos en el coche dirección Almodovar para entrar en para mi gusto una de las fincas más completas de Córdoba.
!Qué gustazo es montear allí! No falta el último detalle y cada año resulta mucho más acogedor que el anterior. Tras los abrazos calurosos de todos los Gómez, anfitriones de categoría y sobre todo amigos, degustamos un desayuno de categoría que todavía perdura en mi cabeza cuando recuerdo esas mesas largas donde no le faltaba acompañante a las migas tradicionales.
Era una de esas mañanas de montería fría de finales de Enero que tras el sorteo deslumbraba un día soleado que no se veía acompañado por ninguna nube ni aire que pudiera restar algo de la ilusión que llevábamos al puesto.
Al ser una montería entre amigos, pronto se dejó claro que los majestuosos venados que contiene la finca no se podían ni mirar por si a alguno se le escapaba un tiro pero sí aquellos que tenían menos de 10 puntas podían ser abatidos al igual que cualquier marrano que se cruzase por el visor.
Tras un rato en el coche disfrutando de las vistas que acompañadas de la ilusión parecen todavía más bonitas si cabe llegamos por fin a nuestro puesto. Era un puesto situado en una amplia vaguada sin apenas vegetación, sólo salpicada por algunos chaparros y con un gran tiradero.
Por entonces mi padre cazaba con un rifle yugoslavo marca Zastava de calibre 300 y yo pese a sólo tener 16 años y no confiar mucho en la combinación de retroceso y visor, pedimos prestado a Manolín Fuentes su Marlin 444, más conocido en este mundillo como “mataindios” de palanca y sin visor que era una verdadera maravilla.
Pronto empezaron a entrarnos pelotas y pelotas de venados con ciervas y cómo siempre mi padre me asesoraba con su rifle colgado del hombro, sin ni siquiera encararlos al querer siempre que matemos nosotros, demostrando toda generosidad que un buen cazador suele hacer con sus hijos cuando llega el momento de hacerlos novios. Habiendo disfrutado ya varios años de morralero con él y habiendo heredado esas lecciones que nunca se olvidan de cómo comportarse en el campo.
La verdad es que tiré tantos venados que me resulta imposible describir cada lance, pero lo que es seguro es que no toqué ninguno. Hubo tiros largos, cortos, rápidos y hasta algún venao parado pero la realidad es que no conseguir tocar pelo.
Íbamos acompañados de Rafa López y su sobrino que consiguió hacerse novio con la cierva que teníamos permitido matar. Tras unos cuantos lances más, Rafa le dijo a mi padre que creía estar seguro de que había pinchado un venao que tiré largo ya que había hecho un extraño según su parecer, por lo que fuimos como siempre hacíamos, a ver el tiro por si había sangre.
Al llegar y tras dar un repaso a la zona fue mi hermano Gerardo quien muy ilusionado gritó que había sangre, por lo que comenzamos muy ilusionados el pisteo que iba a durar casi cuarenta minutos, pero lo cierto es que no resultó muy difícil al tratarse de un llano enorme que el venao, con un tiro empanzado, había recorrido con los perros detrás.
Tras llegar a un charco de sangre dónde parecía evidente que en venao había sido cogido por los perros pero que no estaba allí. Entonces nos cuenta un perrero que lo habían rematado y que era un buen venao. Pronto a mi padre se le cambió la cara y me miró de soslayo en un primer momento haciéndome ver que la podíamos haber liado pero que luego me dijo que al tratarse de amigos no habría ningún problema.
Efectivamente al llegar a la junta de carnes ya de los últimos, me doy cuenta de que se trataba de un bonito venado de 12 puntas con grosor que tenía un tiro mal puesto en la panza. No podía estar más contento y tras hacerme unas fotos con él, todavía se me viene a la mente el recuerdo de la voz del Picolo gritando que había novio. Y tras ver cómo se lanzaban sobre mí para agarrarme y viendo la de cabrones que había por ahí mi reacción fue correr hacia unos olivos dónde fui alcanzado por Rafa Gómez nieto que se jactaba de la que me iban a liar.
Buenos amigos míos y de mis padres me liaron la mundial. Todos comandados por los Soto como maestros de ceremonia y haciendo que sin duda jamás olvide el día en que me hice Montero.
Un día inolvidable..
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