lunes, 19 de junio de 2017

Mi primer marrano y un plata.

Mi primer marrano.
107 puntos de Jabalí Plata.

(8 de Diciembre de 2012).

Beltrán Valenzuela Martínez

Por entonces tenía 18 años y no era muy habitual ir de montería. Solíamos ir a fincas de amigos que daban de invitación, pero para ese día mi padre se había quedado con dos puestos para la batida a cochinos de Ribera Alta ya que a uno iba él con mi hermano Gerardo y al otro íbamos mi hermano Falete, pequeño por entonces, y yo.
Era una montería cerquita de Córdoba, concretamente en Alcolea, donde lindaba además con un Coto del que éramos socios llamado Los Campillos y que el bajo precio del puesto era un aliciente más del que disfrutar de un buen día de campo y si teníamos suerte de poder ver siquiera algún marranillo.
Llegamos muy temprano a la junta, y tras arrimarnos a la candela y tomar un dulce desayuno como es característico de esta batida se procedió al sorteo. Mi hermano Falete era el encargado de sacar el sobre, y yo sólo rezaba por que fuese un puesto con un corto tiradero, ya que ese día tenía una preciosa paralela heredada de mi abuelo marca Aya del calibre 12 con unos preciosos bordados; número 2 de una corta edición de dos escopetas de las que la número 1 tiene como dueño a mi buen amigo Alejandro Aguilar.
Tras sacar el puesto nos comentan que se trata del último cierre por el pantano Navallanas que linda con nuestro por entonces Coto. Conseguimos acoplarnos en otro coche, y por fin llegamos al puesto con la misma ilusión de siempre.
Nunca he sido fumador, pero tal vez por las cosas tontas de la edad decidí encenderme un cigarro ante la compañía de mi hermano Falete que pronto apagué por comprender con su mirada que estaba haciendo no sólo el ridículo,  sino también ruido y eso disminuía las posibilidades de ver algún marrano.
Era un puesto de balcón, con un precioso testero enmontado con algunos claros, pero que me resultaba un poco lejano para tirar con mi escopeta. En la parte baja del testero cruzaba la cola del pantano con agua hasta la mitad del tiradero y al otro lado, me encontraba yo en la parte más alta, teniendo debajo mía una falda medio limpia.

Nada más comenzar la montería escuchamos un tropel a nuestra derecha, y enseguida nos sorprendió un precioso venado de los que escasean por esa zona. Tendría diez o doce puntas y era parejo y grueso, pero al no poder tirarlo ni siquiera me lo encaré y me conformé con poder contemplar su carrera escurriéndose de los perros que ya asomaban por el cerro de enfrente.
No fue hasta la una del medio día cuando una intensa ladra nos delató la aproximación de un inconfundible marrano de buen porte que entraba por la parte baja del testero de enfrente a unos ciento cincuenta metros y con tanta velocidad que me alegró que fuese una distancia larga con la escopeta ya que si llego a tener el rifle seguramente me habría lamentado.
Fue un marrano que dio bronce, y lo sé porque tras darse la vuelta y cruzar mi puesto, lo abatió Rafa Merino, un muy buen amigo mío con el que pude disfrutar de su trofeo en la junta.
Yo, por entonces, no muy asiduo de las monterias, pese a tener una gran afición, ya me conformaba con haber disfrutado del lance del marrano, pero cuando menos lo esperaba, ya al final de la montería, una ladra o más bien un alboroto de perros conseguían que mi corazón se acelerase a medida que los iba notando más cerca.
De pronto lo vi. A unos cien metros bajaba del testero en mi dirección un enorme cochino seguido por toda la rehala de Antonio Aguilera. Lo cierto es que no supe distinguir si era cochino o cochina al igual que tampoco pude tirarlo al tener la escopeta y sobre todo al estar los perros muy encima.
Subió el cochino tras cruzar el arroyo que separaba los dos cerros, y ahora sí, tras dejarlo cumplir, se encontraba a unos 20 metros y continuaba en mi dirección. Justo cuando comenzó a girar para faldear el cerro donde yo me encontraba, le conseguí dar el primer cartucho de bala de mi escopeta paralela que perteneció a mi abuelo y a mi padre, siendo testigo de cada pieza que habían cobrado.

 El animal entró en la parte más enmontada cayendo y deslizando, cuando me apresuré a disparar el segundo cartucho que me quedaba. Su carrera no se detuvo, y esta vez cambió su dirección hacia abajo, concretamente a la cola del pantano donde comenzó un intenso agarre que solo pude escuchar, ya que al intentar asomarme vi cómo era imposible que yo pudiera llegar hasta allí.
Es cierto que no tenía dudas de que el animal había sido tocado en el primer disparo pero cuando me fijé en el agarre, vi cómo el cochino se hundía muerto en el pantano, y con él toda esperanza de recuperar mi primer cochino.
En el agarre, el marrano mató a tres perros; entre ellos un puntero cojonudo llamado Camarón. Además, hirió a otros tantos de la rehala. En cierto modo, me sentía culpable,  y aunque no pude bajar al agarre, sí pude haberme quedado de un disparo con el cochino y haber evitado toda esa masacre; pero son éstas cosas las que forman parte del aprendizaje de todo montero.
Tras llegar a la junta y hablar con el guarda de la finca, nos dijo que si el marrano había entrado muerto al pantano subiría a flote y por el contrario, si había entrado vivo rodaría por el fondo del pantano y sería imposible recuperarlo.
Esa noche no pude dormir, no sé si por el sentimiento de culpabilidad de la muerte de esos perros, haberlos visto tirados sin vida como ningún perro se merece, o la poca esperanza de recuperar mi primer jabalí. No conseguía evadir de mi cabeza la imagen de ese precioso podenco blanco totalmente rajado, sin tripas y habiendo recibido una tremenda tunda de navajazos, ni la posibilidad de encontrarlo al día siguiente; ya sabiendo que se trataba de un marrano con boca.
Por la mañana me despertó mi padre con la buena noticia de que había subido a flote el cochino y que además era bueno.
Enseguida me vestí con lo primero que pillé y fuimos a la finca donde nos esperaba el guarda para ir al puesto y sacar al marrano del agua con una mula. Fue bonito ir allí con mi padre y explicarle en la escena del crimen cómo había sido el lance, mientras el guarda sacar el cochino que poco a poco conseguíamos ver.
Cuando lo tuve delante me quedé sin habla, ¡qué marranaco! 
Después de abrazar a mi padre, examinamos los tiros y nos dimos cuenta de que era un considerable trofeo y lo llevamos a la junta donde nos hicimos algunas fotos. Allí nos dijeron que probablemente sería Plata y si acompañaba por dentro, podría llegar a Oro.

En ese momento no supe valorar la suerte que había tenido de haber abatido mi primer cochino con tan solo dieciocho años, en una finca abierta, y además, fuera medalla de Plata como finalmente dio en la homologación con 107 puntos. Mi cochino se trataba de un verraco viejo con unas impresionantes amoladeras y unas anchas navajas.





2 comentarios:

  1. Este día conseguiste tu sueño Beltrán y yo un gran amigo en la persona de Antonio Aguilera..

    ResponderEliminar

EL REGALO NAVIDEÑO

UN DÍA INOLVIDABLE En plenas fechas navideñas, mi tío me llamó para que fuéramos a tirar zorzales, algunos se veían, pero íbamos princip...